Hay seres que no piden más; que, teniendo el azul del cielo, dicen: “¡Basta!” Pensadores absortos ante el prodigio, que, idólatras de la naturaleza, se muestran indiferentes al bien y al mal; contempladores del cosmos, que, en medio de tanta magnificencia, se olvidan de sus semejantes, y no comprenden haya quien fije la atención en el hambre de unos, en la sed de otros, en la desnudez del pobre durante el invierno, en la curvatura linfática de una pequeña espina dorsal, en el jergón, en la buhardilla, en el calabozo, en los harapos de las jóvenes que tiritan de frío, cuando se puede meditar a la sombra de los árboles; espíritus tranquilos y terribles, implacablemente satisfechos. ¡Cosa rara!, el infinito les basta. (…) Magníficos egoístas del infinito.
Victor Hugo, en Los miserables